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Foto: Cebolledo |
El deseo de
gratificación inmediata se ha extendido mucho más allá de Wall Street. Como ya
hemos comentado en alguno de nuestros posts, estamos inmersos en un mundo que
nos está acostumbrando a tolerar poco la espera y a buscar soluciones rápidas.
De esta forma el enfoque hacia objetivos a largo plazo se resiente. Dicho esto,
no debemos confundir entre la "baja tolerancia a la frustración" y la
realización de tareas con visión a "corto plazo", pues estas últimas
son parte necesaria en el proceso de adquisición de la visión a "largo
plazo".
Tendemos a hablar de cortoplacismo como si se tratase de un problema que sólo afecta a los inversores o los líderes corporativos, pero ese no es el caso. Pensar a corto plazo impregna nuestras instituciones más importantes, desde el gobierno hasta los hogares. Cala en la forma en la que consciente o inconscientemente establecemos y perseguimos objetivos, así como la manera en la que transmitimos las vías preferentes para conseguirlos.
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Foto: Hamdan IPA 2014 |
Los desafíos que plantea la actualidad, nos
obligan a empezar a considerar una actitud que no pierda de vista de forma
responsable, cuestiones a largo plazo. Esto implica abrir el foco de manera que
podamos cumplir con nuestros compromisos con hijos y futuras generaciones en
cuanto a su formación como integrantes de la sociedad.
Hay una
serie de razones que explican por qué el cortoplacismo ha arraigado tanto en
nuestra cultura. La necesidad de obtener la mayor cantidad de recursos posibles
(herencia de los tiempos de crisis) y el miedo a no conseguirlo o perder los
actuales, parecen reforzar en la actualidad la tendencia “al corto plazo”. Los
medios de comunicación junto con el bombardeo diario de malas noticias, sin
duda, juegan un papel importante en esto. También la búsqueda de objetivos más
etéreos (la tan codiciada “felicidad”, o el “disfruta el ahora, vive sin
límites” por ejemplo) nos llevan a tolerar poco la espera, actuar en la esfera
de lo inmediato y con ello perder de vista nuestros objetivos reales.
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Foto: Ennio Leanza (AP) |
Sin embargo, el movimiento actual de la sociedad
parece inclinarse hacia una consecución de objetivos a corto plazo y hacia la
recompensa inmediata.
En lugar de fomentar en nuestras instituciones y
líderes el desafío para lidiar con la complejidad que conlleva el largo plazo,
estamos incentivando para hacer justo lo contrario. Parece que impera apostar por
una victoria rápida que mantener el curso a través de situaciones difíciles
para crear ganancias sostenibles que puedan ser compartidas globalmente. Por
ejemplo, el código tributario parece diseñado para fomentar estrategias a corto
plazo, así como la tendencia de las empresas por devolver efectivo a los
accionistas en forma de dividendos o acciones, en lugar de reinvertir esos
fondos en la mejora del propio negocio. En el corto plazo, estamos premiando a
los accionistas. La presión constante para producir resultados trimestrales
proviene de la consideración de que los accionistas son inquilinos y no
propietarios, que van a negociar sus acciones tan pronto como
les sea posible para generar un rápido beneficio.
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Foto: Alejandro Ruesga |
Si nos fijamos en nuestros comportamientos,
deseos y actitudes, en la mayoría de los casos, funcionamos con una visión a
corto plazo.
El
pensamiento a corto plazo es muy útil en muchas situaciones y, como hemos
apuntado antes, es clave para trabajar de cara a metas a largo plazo, pues éste
se compone de la suma de los anteriores. Sin embargo, cuando se convierte en
una forma inflexible de funcionamiento, puede tener consecuencias negativas. Es
un rasgo de nuestra época que impera tanto en la toma de decisiones (el mundo
de la empresa es un buen ejemplo en el que decidir antes de que lo haga el
competidor se presenta como una cuestión de subsistencia) como en la forma de
disfrutar de la vida, donde los objetivos a medio y largo plazo quedan opacados
por la necesidad de inmediatez. Este tipo de pensamiento, es necesario nutrirlo
con visiones de medio y largo plazo, que son las que posibilitan la forja del
carácter.
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Foto: Kurt K. Gledhill |
Es importante reflexionar en qué medida se ha
trasladado este tipo de funcionamiento (influenciado por el contexto laboral y las
necesidades que surgen en la esfera de la empresa/trabajador) al sistema
familiar y la vida diaria.
En este sentido, si como padres, profesores o
adultos a quien imitar, promovemos que se valoren los proyectos a medio y largo
plazo, si se ayuda a lidiar con la frustración, a vivir experiencias de
acercamiento, de diálogo, de encuentro y desencuentro con hijos, alumnos,
colegas, amigos, estaremos realizando un movimiento “contracultural” al
respaldar valores proactivos que ayudan a validar el ejercicio de los jóvenes.
Teniendo
esto en cuenta, no estamos promoviendo la anulación de acciones con visión a
corto plazo, sino animando a reflexionar sobre la importancia de fomentarlas no
como un fin en sí, sino como parte inicial de un proceso más complejo hacia la
consecución de objetivos a medio y largo plazo que generarán mayor complejidad
de pensamiento y toma de decisiones más responsables y sostenibles.
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Foto: Jean Christophe Bott (EPA) |
Estamos de acuerdo con Lauren Flink en que el
antídoto más eficaz reside en más educación, más comunicación y más liderazgo.
Referencias:
McKinsey
& Company - Our Gambling Culture - Laurence Fink - April 2015.
Cortina, Adela. (2010). Los valores de una
ciudadanía activa. En B. Toro y A. Tallone (Coords.), Educación, valores y
ciudadanía. Madrid: OEI-Fundación SM.
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