El mundo actual ha cambiado los requerimientos y expectativas acerca de las personas en el ambiente laboral. Se ha pasado desde la búsqueda de la obediencia ciega a un papel más activo y creativo por parte del trabajador, esperando que este sea capaz de asumir compromisos y aporte mayor versatilidad y flexibilidad.
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Fotografía: Álvaro CR |
A su vez, el diseño de las
organizaciones está cambiando y dicho cambio hace imprescindible poner el foco
en los trabajadores en cuanto a sus interconexiones y dinámicas. La relación
entre los trabajadores se sustenta gracias a la comunicación. Aunque puede parecer
un aspecto evidente y sencillo, no lo es. A menudo surgen conflictos y
situaciones de tensión entre lo que se desea, se necesita o se prevé.
En este sentido, la asertividad ha mostrado ser una vía para comunicar de forma clara, directa y respetuosa lo que se piensa y se siente, de manera que se expresen opiniones y sugerencias de forma firme respetando los derechos propios y de los demás.
La capacidad de ser asertivos
muchas veces se pone a prueba cuando es necesario comunicar ante una figura de
autoridad nuestra opinión en cuanto a una orden o tarea que no consideramos que
pueda tener resultados positivos para el desempeño o funcionamiento de la organización
o el departamento. Asimismo, a muchos trabajadores les resulta difícil ser
asertivos en el momento en el que han de hacer valer sus derechos. Sin embargo,
desarrollar una capacidad asertiva permite formar parte de equipos funcionales
que son capaces de orientarse a la búsqueda de soluciones sin sacrificar el
bienestar personal o profesional de sus miembros. Permite que los miembros de
un equipo puedan discrepar con propiedad, expresar desacuerdos, alternativas y
ser flexibles ante los retos que pueda enfrentar la organización.
Aunque la asertividad requiere de
un gran esfuerzo, las ventajas que trae a nivel relacional son incuestionables.
Es por ello que compartimos algunas ideas clave para ejercitar la asertividad
en el trabajo.
1. Hablar en primera persona, sin
culpabilizar, criticar o juzgar al otro. La idea no es defenderse, sino expresar
nuestro punto de vista -tan válido como el de otros- y negociar. Los mensajes
en primera persona se perciben y reciben de forma distinta, por ejemplo:
“siempre tomas las decisiones tú sólo”, es distinto a decir “no estoy de
acuerdo con que no consultes las decisiones conmigo cuando se trata de
decisiones en equipo, considero que antes de decidir, es necesario que
hablemos”. En esta última versión, no solo decimos lo que nos está incomodando,
sino además dejamos claro qué esperamos.
2. Reevaluar de forma constante
nuestro propio grado de exigencia. Muchas veces las emociones asociadas a
cometer errores, nos lleva a reaccionar de forma defensiva frente a los
planteamientos de otros. Es importante reflexionar cómo somos de exigentes con
nosotros mismos y con los demás, así como el grado en el que dicha exigencia se
equilibra con la realidad de las situaciones que se atraviesan.
3. Centrarse en los cambios que podemos
hacer en primera persona. En muchas ocasiones supeditamos nuestro bienestar al
cambio del otro. No hace falta esperar que otros cambien para hacer valer
nuestra opinión o nuestros derechos. La asertividad se basa en la intención de
poner límites, no en cambiar la opinión o forma de ser del otro.
4. Reflexionar acerca de cómo
recibimos las críticas. En ocasiones la crítica, aunque sea constructiva,
despliega una barrera defensiva en nosotros. Es necesario reflexionar sobre
cómo acogemos este tipo de comentarios por parte de los demás para saber así mismo
desde qué lugar damos respuesta a lo que se nos comenta.
5. Comprender cómo funcionamos en
grupo e identificar áreas de mejora. Normalmente solemos reproducir en el
ámbito laboral la forma de funcionamiento de la estructura básica de nuestras
familias. Así, nuestras relaciones con las figuras de autoridad e iguales
reproducen las experiencias más tempranas con nuestros padres y hermanos. La
vida familiar de nuestra infancia determina nuestra visión acerca de cómo se
distribuye el poder y, en la medida en que vamos creciendo, establecemos grupos
basados en ese mismo modelo. Si somos capaces de identificar los diferentes
modelos que intervienen en nuestras relaciones en el ámbito del trabajo, nos
será mucho más fácil encontrar posibles áreas de mejora y alternativas de modos
de comunicación.
Proponemos el siguiente ejemplo:
Se convoca a una reunión del
departamento de producción de una organización. Asisten todos los miembros del
departamento y también el director. El objetivo de la convocatoria se centraba
en tratar el problema de los altos tiempos de manipulación de un producto. Al
principio de la reunión, todos participan libremente con sus opiniones de
manera muy activa y surgen diferentes alternativas para solucionar el problema.
En un momento dado, el director dice: "Creo que lo que deberíamos hacer
es...", asumiendo desde ese momento –de forma implícita- las riendas en el
proceso de búsqueda de soluciones. A partir de dicho comentario, el nivel de
participación baja considerablemente y las caras de los demás trabajadores
parecen reflejar su desacuerdo con la decisión propuesta. La falta de
participación decreta una suerte de acuerdo con respecto a la propuesta del
director, quien cree de manera equivocada que existe un consenso que apoya su
intervención. En este caso, la autocensura conduce a una ilusión de unanimidad,
dado que, aunque ningún miembro del grupo comparte las pautas propuestas por el
director, nadie se atreve a expresar su desacuerdo. Las alternativas silentes
que reflejan la falta de asertividad de los miembros del equipo acaban por
convertir la decisión del director en la decisión del "grupo".
Este es un ejemplo de casos en los que
ser asertivo habría aumentado las probabilidades de que la decisión tomada sea
la más coherente en relación con el funcionamiento del departamento y con la opinión
y gestión de sus componentes, mejorando así los resultados obtenidos en base a
los nuevos procedimientos consensuados. La falta de asertividad, en cambio, ha
conducido a una menor capacidad de iniciativa de los participantes, ausencia de
oposición al líder y mayor sometimiento a sus decisiones.
Una persona asertiva es aquella
que ha aprendido a expresar de forma clara, firme y respetuosa aquello que no
le gusta o con lo que está en desacuerdo, así como reorientar sus esfuerzos a
buscar soluciones empatizando con la postura del otro. La asertividad requiere
de práctica, pero sin lugar a dudas trae consigo mayor satisfacción en el
trabajo y mejoras en las dinámicas organizacionales.
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