En numerosos post hemos echado un
vistazo a los retos que el mundo actual plantea a la empresa u organización y a
su supervivencia. Muchos de los modelos empresariales que hasta ahora
proporcionaban respuestas y soluciones efectivas, han dejado de ser útiles
frente a estos retos ‘complejos’ que caracteriza el entorno global del siglo
XXI. Desde una perspectiva consonante con esta que venimos planteando, Dan Pink
aborda en su conferencia TED, el problema de la motivación.
¿Cómo es que un tópico como la
motivación, ampliamente estudiado por las ciencias sociales, sigue siendo tan
poco considerado y actualizado dentro del entorno empresarial? A través de
ejemplos y datos que provienen de la investigación, Pink nos conduce a través
del “puzle de la motivación” en busca de una perspectiva más coherente con lo
que hasta ahora conocemos de este aspecto, así como una visión que intenta
integrar dichos conocimientos con el entorno empresarial y el mundo actual.
Transcribimos aquí su reflexión
al respecto durante su conferencia:
«A finales de los ochenta, en un
momento de indiscreción juvenil… fui a la escuela de Leyes… Nunca he ejercido Leyes en mi vida. Pero hoy quiero desempolvar
algo de esas habilidades legales, o al menos lo que queda de ellas. No quiero
contarles una historia: Quiero presentar un caso. Quiero presentar un caso complejo,
basado en evidencias, para replantear cómo se maneja el entorno empresarial y
cómo manejamos los negocios.
Por lo tanto, ‘señoras y señores
del jurado’, echen un vistazo a esto:
Esto se llama “El problema de la
vela”. Algunos de ustedes seguramente lo habrán visto antes. Fue creado en 1945
por un psicólogo llamado Karl Duncker, y se ha usado en una gran variedad de
ensayos en la ciencia del comportamiento. Funciona así:
Suponed que yo soy el
experimentador. Os llevo a una sala, os doy una vela, algunas chinchetas y
algunos fósforos. A partir de allí os digo: “Vuestro trabajo es fijar la vela a
la pared, de manera que la cera de la misma no gotee sobre la mesa”. ¿Qué
haríais?
Muchos de los participantes
empiezan a clavar la vela a la pared usando las chimchetas. No funciona.
Algunos, por su parte, tienen la idea de encender el fósforo, derretir un lado
de la vela e intentar adherirla a la pared. Es una idea estupenda, pero no
funciona. Y finalmente, después de 5 o 10 minutos, la mayoría de las personas
llegan a la solución, la que podéis ver aquí:
La clave es sobreponerse a lo que
se llama “fijación funcional”. Miráis la caja que os han proporcionado y la
veis sólo como un receptáculo para las chinchetas. Pero puede tener también
esta otra función: como plataforma para la vela.
Ahora, quiero contaros un
experimento que utiliza el problema de la vela, realizado por un científico
llamado Sam Gluckberg, quien trabaja actualmente en la universidad de Princeton
en Estados Unidos. El experimento pretende mostrar el poder de los incentivos.
Esto es lo que hizo Gluckberg: Reunió a sus participantes y les dijo “Os voy a
cronometrar para saber con qué rapidez podéis resolver este problema. Le dijo a
un primer grupo: “Os cronometraré para establecer normas y promedios para saber
cuánto tiempo requiere resolver este problema”.
A un segundo grupo le ofreció
incentivos. Les dijo: “Si estáis dentro del 25% de los más rápidos, recibiréis
cinco (5) dólares. Si estáis entre los más rápidos de todo el conjunto de
participantes, obtendréis veinte (20) dólares”. Esto, hace varios años,
significaba una buena suma de dinero para unos pocos minutos de trabajo. Representaba
un buen motivador.
¿Con qué rapidez consiguió
resolver el problema este segundo grupo? Tardaron, en promedio, entre tres
minutos y tres minutos y medio más que el primer grupo de participantes. ¿Tres
minutos y medio más? ¡No tiene sentido, ¿verdad?! Es decir, no se supone que el
resultado obtenido fuese este. “Si quieres que las personas rindan mejor,
recompénsalos”, ¿cierto?, es lo que se suele pensar… “Bonos, comisiones…
Incentívelos”, así es como los negocios funcionan. Pero eso no fue lo que
ocurrió en este caso. Se propone un incentivo destinado a agudizar el pensamiento
y acelerar la creatividad, y ¡hace justo lo contrario!, entorpece el
pensamiento y bloquea la creatividad.
Lo que resulta interesante de
este experimento es que no es un hecho aislado. Ha sido replicado repetidas
veces, y vuelto a reproducir durante casi 40 años. Estos motivadores
condicionantes del tipo “si haces esto, consigues esto otro”, funcionan en
algunas circunstancias. Sin embargo, para un grupo de tareas, no funcionan y a
menudo perjudican. Este es uno de los hallazgos más contundentes en ciencias
sociales. Y también uno de los más ignorados.
He pasado los últimos años
explorando la ciencia de la motivación humana, particularmente lo que respecta
a la dinámica de los motivadores extrínsecos (los que son ofrecidos
externamente) y los motivadores intrínsecos (los que responden a la motivación
personal e interna). Si examinamos los datos que arroja la ciencia, hay una
discordancia entre lo que éstos señalan y lo que las empresas hacen. Lo que
resulta alarmante en cuanto a esto, es que el sistema operativo de nuestras
organizaciones, el que establece el grupo de presunciones y protocolos
relativos a los negocios, el cómo motivamos a las personas, cómo aplicamos
nuestros recursos humanos, está construido enteramente alrededor de estos
motivadores extrínsecos, alrededor de recompensas y castigos. Eso, la verdad,
está bien para muchos tipos de tareas del siglo XX. Pero para las tareas del
siglo XXI, ese enfoque mecanicista de recompensa-castigo no es útil, a menudo
no funciona y muchas veces perjudica.
Os mostraré lo que quiero decir a
través de otro experimento llevado a cabo por Gluckberg, similar al anterior,
pero presentándolo de forma ligeramente distinta, como esta imagen que os
muestro:
El planteamiento fue el mismo:
“Fije la vela a la pared de tal forma que la cera no gotee sobre la mesa”. Al
primer grupo, nuevamente, no se le ofreció incentivos; mientras que al segundo
sí (de la misma forma que en el experimento anterior). ¿Qué pasó esta vez? Esta
vez, el grupo incentivado le ganó de lejos al grupo no incentivado… La
diferencia, como veis, radicaba sólo en ubicar las chinchetas fuera de la caja.
Cuando las tachuelas están fuera de la caja, es más fácil realizar la tarea.
Las recompensas condicionadas
funcionan muy bien para este tipo de tareas, donde hay reglas sencillas y un
objetivo claro a cumplir. Las recompensas, por su propia naturaleza, estrechan
nuestro punto focal, nuestra atención, concentran la mente. Es por eso que
funcionan en muchos casos. Por lo tanto, para tareas cómo esta última en donde
hay un estrecho punto focal, donde el objetivo se ve “justo ahí”, claramente, las
recompensas acercan directamente al objetivo. Funcionan realmente bien en estos
casos. Sin embargo, el verdadero problema de la vela, no puede ser visto así.
La solución no está “justo al alcance de la vista, justo ahí”. La solución está
en la periferia, necesitamos mirar alrededor para llegar a la solución. Por
tanto, en ese caso, la recompensa estrecha nuestro punto focal y restringe
nuestras posibilidades de llegar a la solución.
Os cuento por qué esto es tan
importante: En Europa Occidental, en muchas partes de Asia, en Norteamérica, en
Australia… los empleados de oficina están haciendo un tipo de trabajo menos
parecido al que representa el último experimento, y más de la clase de trabajo
que representa el experimento original de la vela. Esta rutina basada en
reglas, como la que requiere el trabajo analítico, ciertos tipos de trabajo
contable, de análisis financiero, de programación de ordenadores, han llegado a
ser fácilmente subcontratables y automatizables. Por ello, lo que realmente
importa y da valor a los trabajadores tiene que ver con sus habilidades
conceptuales, creativas e intuitivas.
Si pensamos en los problemas que
enfrentamos en nuestros puestos de trabajo, es fácil ver cómo estos no se
tratan de problemas simples que tienen un conjunto claro de reglas y una única
solución. En los trabajos y problemas de hoy en día, las reglas son confusas.
La solución, si existe, es sorprendente y no tan obvia. Todos lidiamos, de
alguna forma, con “el problema de la vela” en nuestros puestos de trabajo. Es
por ello que esas recompensas condicionadas, las cosas sobre las que hemos
construido muchos de nuestros negocios, no funcionan en la actualidad.
Esto representa un hecho. Os daré
un ejemplo de lo que quiero decir, porque como os comenté al principio, quiero
presentar evidencias, no contar una historia, sino presentar un “caso”.
“Señoras y señores del jurado”,
una evidencia: Dan Ariely, uno de los grandes economistas de nuestro tiempo,
junto con tres colegas más, llevaron a cabo un estudio con algunos estudiantes
del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Les dieron a estos estudiantes
un conjunto de juegos, los cuales involucraban creatividad, destreza motora, y
concentración. Les ofrecieron, según su desempeño, tres niveles de recompensas:
Pequeña recompensa, Mediana recompensa y Gran recompensa. ¿Qué ocurrió en este
caso? Mientras la tarea involucrara únicamente destreza mecánica, los bonos
funcionaron como se esperaba: Cuanto mayor es el pago, mejor es el desempeño.
Pero una vez que las tareas exigían un mínimo de destreza mental, la recompensa
mayor llevó a un peor desempeño.
Para eliminar cualquier prejuicio
cultural del experimento realizado, lo replicaron en Madurai, India. ¿Qué
ocurrió allí? Las personas a las que ofrecieron el nivel medio de recompensa no
lo hicieron mejor que aquellas a las que se les ofreció una recompensa más
baja. Pero esta vez, las personas con recompensa más alta, lo hicieron peor que
todas. En ocho (8) de las nueve (9) tareas que examinaron a través de tres
experimentos, los más altos incentivos llevaron al peor desempeño.

Hay una discordancia entre lo que
afirma la ciencia y lo que hacen las empresas. Y lo que particularmente me
preocupa, en este momento en el que nos encontramos frente a las consecuencias
del colapso de la economía, es que muchas organizaciones continúan tomando sus
decisiones, construyendo sus políticas acerca del talento y las personas,
basadas en presunciones que han quedado obsoletas, que son poco analizadas y
que se hallan enraizadas más en el folklore que en la ciencia. Y si queremos
ser competitivos en el mundo actual, superar las debacles económicas y conseguir
un alto desempeño en esas tareas esenciales del siglo XXI, la solución no está
en seguir echando mano de las medidas equivocadas. Necesitamos una perspectiva
completamente nueva.
Las buenas noticias acerca de
todo esto, es que los científicos que han estudiado la motivación, nos están
ofreciendo las claves para este cambio de miras. Se trata de una perspectiva
construida en la consideración de las exigencias del mundo actual, que gira
alrededor del deseo de hacer cosas porque importan, porque nos gustan, porque
permiten el desarrollo individual y grupal y porque son parte de algo
importante. Y, en mi opinión, ese nuevo sistema operativo de nuestros negocios
gira en torno a tres elementos: autonomía, maestría y propósito. Autonomía, el impulso que dirige
nuestras propias vidas. Maestría, el
deseo de ser mejor en algo que importa. Propósito,
la intención de hacer lo que hacemos, al servicio de algo más grande que
nosotros mismos y que es inseparable del entorno en el que nos encontramos.
Estos son los ladrillos de un sistema operativo completamente nuevo para
nuestras organizaciones.
Hoy quiero hablar únicamente de
lo que respecta a la autonomía. El siglo XX trajo consigo la idea de gerencia.
La gerencia no es algo que surge naturalmente, por decirlo de alguna manera,
alguien la inventó. Y por ello, significa que no va a funcionar eternamente. La
gerencia y las nociones tradicionales de administración son excelentes
herramientas… si lo que buscamos es conformidad. Sin embargo, si buscamos
compromiso, la iniciativa funciona mejor.
Comentaré unos cuantos ejemplos
de algunas nociones fundamentales acerca de la iniciativa. En principio, es
necesario poder retribuir a las personas de forma adecuada y justa, por
supuesto. Y a partir de allí, dejar de lado el tema relativo a la compensación
económica para pasar a dar autonomía a las personas. Algunos ejemplos de ello:
¿Habéis oído hablar de la
compañía australiana Atlassian? Se trata de una compañía de software en
Australia en la que aplicaron algo innovador. Unas cuantas veces al año dicen a
sus ingenieros: “Durante las próximas 24 horas trabajaréis en lo que queráis,
con tal de que no sea parte de vuestro trabajo regular. Trabajad en lo que queráis”.
Luego, presentan a sus compañeros y al resto de la compañía, todas las cosas
que han desarrollado en una reunión distendida al final del día. Los ingenieros
usaron ese tiempo y desarrollaron un código moderno, una modificación elegante.
Ellos les llaman los días
“FedEx”, porque tienen que entregar algo al día siguiente. Sólo ese día de
intensa autonomía ha producido un perfeccionamiento amplio del software, que
quizá en otras condiciones podría no haber existido. Y esta estrategia ha
funcionado tan bien, que Atlassian la ha llevado al próximo nivel, aumentando
el tiempo dedicado a ello en un 20% del horario completo de trabajo. Una
estrategia como esta ha sido implementada también por Google, en donde los
trabajadores pueden usar el 20% de su tiempo trabajando en lo que quieran.
Tienen autonomía sobre su tiempo, sus tareas, su equipo y su técnica. Y en
Google, tal y como muchos de vosotros sabréis, cerca de la mitad de los nuevos
productos que se generan en el año, han nacido durante ese 20% del tiempo de
los trabajadores; productos como Gmail, Orkut o Google News.
Os comento un ejemplo más extremo
aún, algo llamado ROWE (Results Only Work Environment) que podría traducirse
como “Ambiente de Trabajo orientado a Resultados”. El ROWE es una estrategia
creada por dos consultores norteamericanos, en donde las personas no tienen
horario establecido. Se presentan a sus puestos de trabajo cuando quieren o
consideran. No tienen que estar en la oficina en un momento determinado o a
cierta hora. Sólo tienen que hacer su trabajo. Cómo lo hacen, cuándo lo hacen y
dónde lo hacen, depende totalmente de ellos.
¿Cuáles son los resultados?
Prácticamente en todas las categorías, la productividad aumenta, el compromiso
de los trabajadores aumenta, la satisfacción del trabajador aumenta y la
rotación disminuye: Autonomía, maestría y propósito. Ahora, algunos de vosotros
podríais escuchar esto y pensar “suena bien, pero es una utopía”. Y yo os digo,
“No, tengo pruebas de ello”.
A mediados de los noventa,
Microsoft empezó una enciclopedia llamada Encarta. Habían implantado todos los
incentivos correctamente. Todos los incentivos adecuados. Pagaron a
profesionales para escribir y editar miles de artículos. Gerentes bien pagados
lo supervisaron todo para asegurarse de que saliera a tiempo y dentro del
presupuesto estipulado. Años más tarde, se dio comienzo a otra enciclopedia con
un modelo distinto: “Hágalo por diversión. A nadie se le paga un céntimo, un
euro, un yen… Hágalo porque a usted le gusta hacerlo y siente interés por
hacerlo”.
Si hubiésemos acudido a un
economista hace 10 años, y le presentásemos estos dos modelos para crear una
enciclopedia, ¿por cuál modelo creéis que optaría? Hace 10 años no habríamos
encontrado un solo economista que hubiese predicho el modelo de Wikipedia.
Esta es, precisamente, la
titánica batalla entre estas dos perspectivas. Autonomía, maestría y propósito,
versus recompensa y castigo. Y ¿quién gana? Ganan los tres primeros, ¡por “KO”!
En conclusión, hay una
discordancia entre lo que dice la ciencia y lo que las empresas hacen. Y esto
es lo que la ciencia dice: Primero, esas recompensas del siglo XX, esos
motivadores que creemos que son parte natural de los negocios, funcionan, pero
sólo en una sorprendentemente estrecha franja de circunstancias. Segundo, esas
recompensas condicionadas, a menudo destruyen la posibilidad creativa. Tercero,
el secreto del alto desempeño no está en recompensas y castigos, sino en una
fuerza intrínseca intangible. La fuerza de hacer las cosas por el propio
interés. La fuerza por hacer las cosas porque importan.
Y, aquí está la mejor parte,
nosotros ya lo sabemos. La ciencia confirma lo que ya sabemos. Entonces, si
reparamos esta discordancia entre lo que la ciencia dice y lo que las empresas
hacen, si potenciamos nuestras nociones de motivación de cara al siglo XXI,
seremos capaces de fortalecer nuestros negocios, podremos resolver muchos de los
problemas del estilo del “problema de la vela”, y, puede que con ello,
consigamos cambiar el mundo. "Concluyo mi alegato”»
Conferencia de Dan Pink: The puzzle ofmotivation para TedTalks
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